Por : Grisbel Medina R.
Ser optimista es cada día una actitud frágil. Son días difíciles. Nos arropa el miedo, la inseguridad, la falta de amor, la monarquía del dinero. Desde el Estado nos sacan la lengua cuando en vez de legislar, los diputados se constituyen en muro para defender a uno de los suyos, porque de eso se trata, apoyar hoy en una circunstancia que me puede afectar mañana. De pronto un procurador yace solo, encaminando una acusación bien documentada sobre un personaje más parecido al rey Midas que al ex sastre que fue Félix Bautista en su natal San Juan de la Maguana.
Y así avanzamos, entre un mundo de altas comisiones, Tucanos sobrevaluados y un senador sin identificar. En la otra acera, el pueblo que se levanta a defenderse, buscando un pan sobao cada vez más inflado, costoso y huérfano de nutrientes.
El imperdonable atentado al incendiar el vagón del Metro y la tragedia que se anotó dos vidas jóvenes, la del toletero ”scar Taveras y su novia Yamali Arvelo, toca y sacuden la sensibilidad nacional. La niñez agredida por parientes y el luto que se esparce cada 24 horas por el pavimento dominicano, son razones para lamentar y retos pendientes de corrección.
Ser optimista cuesta en un país dado a la alabanza, al dame lo mío, y a la improvisación. Cuesta más en una nación que ensalza públicamente a los emprendedores y en el camino les perturba con burocracia, pago de peaje y pocos incentivos para echar andar un proyecto desarrollista.
Me resisto a dar crédito a la sentencia de que este país hay que cerrarlo y botar la llave. Nos sobran calidades, humanas y naturales para engrasar la tuerca y empujar juntos esta nación de sobrado color, de horizonte amplio, de “plátano Power”. Ser optimista cuesta sobre todo frente a un león que no concibe su vida fuera del atrio presidencial. Sea con moringa o té de manzanilla, alimentemos el optimismo de este cuerpo-país tropical. Estamos a tiempo de que se la roben y finjan que se perdió la llave.
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