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21 dic 2013

Santiago carece de atractivos turísticos para ser destino turístico.



Por Humberto Olivieras

Machu-Picchu
 Hace pocos días los diputados por la provincia de Santiago, encabezado por el presidente de la cámara, Abel Martínez,  y un grupo de empresarios y activistas ligados de diferentes formas al turismo, se reunieron para planificar acciones tendentes a fomentar a la Ciudad Corazón como destino de vacacionistas extranjeros.
Esa aspiración ha llevado a que año tras años sectores oficiales y privados procedan a lo mismo: reunirse para pujar por ese objetivo. Sin embargo en ese orden no se ha visto progreso alguno destacado, y difícilmente se vera por mucho tiempo, salvo, irónicamente, lo primordial: un aeropuerto internacional; aunque la causa que lo hizo realidad fue de  puro interés localista. 

Pero de ahí no se ha pasado; y de ahí no se ha pasado por dos fundamentales razones: Primero, porque Santiago adolece de condiciones como para haber motivado a que se desarrollara un segmento económico del área en cuestión (cluster), que se dedicara  a la promoción correspondiente.
El asunto es simple: No hay hoteles porque no hay potencial para atraer vacacionistas, y no vienen mayores vacacionistas porque no tienen nada que buscar aquí. (Inmigrantes nacionales aparte).

¿En qué emplearía su tiempo de asueto en Santiago una secretaria u otro tipo de emplead@  norteamericano@, canadiense, alemán@, argentin@ o colombian@? (Recalcamos lo de empleado, porque el turista que va a la zona de Puerto Plata y el que pudiera venir aquí es de clase media baja. Los clase media hacia arriba no se valen de resorts para sus viajes de ocio.
Si no fuera por el respeto que nos merecen quienes abogan por un Santiago como destino turístico, diría que tales acciones, en el plano en que lo enfocan,  resulta risible.

Risible, porque se necesita mucho valor o mucha ingenuidad para que se hable de un Santiago turístico, invocando para ello un monumento de carácter simbólico (ornamental), un centro cultural, un edificio multiuso de arquitectura contemporánea (no es el Colón de Buenos Aires), y por último la “hospitalidad santiaguera”. (¡Válgame, Dios!).

Esto recuerda la anécdota del líder sindical mexicano que tuvo la oportunidad de visitar a Europa, y que cuando regresara a su país lo primero que les dijo a sus cuates fue: “Compañeros, callémonos con la mierda esa de como México no hay dos”.



Los sitios mencionados en la capital del Cibao no son la Torre Eiffel; la Torre de Pizza;  el Cristo Redentor de Río; el Museo del Louvre, del Prado o el Metropolitano; ni la fauna de Costa Rica; ni el Canal de Panamá; ni las cascadas de Iguazú o los glaciales de Argentina. Y no hay para qué señalar la Gran Muralla China, ni las pirámides de Egipto ni las aztecas de México.
 Alguien alegaría que muchos otros países no tienen atracciones semejantes como las mencionadas y que sin embargo son visitados por elevados números de turistas; de acuerdo, pero esos ´otros´ cuentan con muchas otras razones basadas en playas, montañas, ciudadelas indígenas (Machu-Picchu, etc.);  parques temáticos recreativos o de fauna y flora (los Galápagos, etc.), como para atraer al extranjero que busca recreación singular o ilustración. Incluso de otras plazas hasta se podría mencionar elementos sugestivos culturales: Argentina, el tango; Brasil, su famoso carnaval; Guatemala y otros sus ruinas y poblaciones indígenas.

Pero es que incluso San Juan de Puerto Rico posee mucho más arqueologías coloniales que el mismo Santo Domingo, y que como tal son puntos de referencias que concitan vivamente la atención del visitante foráneo.   
¿Entonces, de conformidad con el planteamiento básico de esta exposición, considerar a Santiago cómo destino turístico es un fracaso de antemano? No, si el asunto se replantea de una de estas dos diferentes maneras:

Santiago: como destino turístico de escala; o Santiago, como destino turístico base de escalas.
La primera fórmula consistiría en que se estableciera un acuerdo serio y amplio de trabajo entre el sector de la llamada industria sin chimenea que representa a Puerto Plata, Sosua y Cabarete con el de Santiago, para que el primero estableciera en sus itinerarios de distracción para los turistas, la visita de un día, y si es posible con su noche, a la urbe central. 

De esa manera el cluster del Norte les presentaría a sus clientes un atractivo extra, y la ciudad mediterránea tendría olas de consumidores para su artesanía, juego en los casinos y otros tipos de consumo. Pero, además, esos visitantes verían compensado su desplazamiento con las atracciones singulares, enarboladas repetidamente más arriba.   

La segunda fórmula consistiría en que se planteara a Santiago, no como destino turístico por sí mismo (per se), sino como base turística de escalas, de manera tal que se ofertara a la ciudad como centro desde donde se llevarían los turistas a lugares como a Jarabacoa con su altura, sus bellas montañas, sus espectaculares lugares como el Jarabacoa River Club, donde se pudrían bañar en agua de río; y además en ese lugar a la elevada falda con su vista panorámica de la Jamaca de Dios, el templo de los monjes europeos, etc. En esa misma conceptualización al Santo Cerro, en La Vega; a San José de la Mata, e inclusive a bañarse en Monte Cristi y a apreciar el Morro, y así por estilo.
 

Naturalmente que tal plan no contemplaría desplazar a los visitantes hacia la zona de Puerto Plata; primero, porque rompería con el esquena, y segundo, porque dado el desarrollo turístico de aquel litoral, restaría atención e interés de  los visitantes por la permanencia en Santiago.
Pensamos que con un planteamiento como el planteado, se justificaría desplegar todos los esfuerzos y las inversiones necesarias para hacer de Santiago un tipo de destino turístico; y además, ya no solo esta ciudad se beneficiaría con la economía generada por los vacacionistas, sino también otras partes de la región cibaeña.
Que un plan como ese requiere de un diseño amplio, profundo y detallado, no caben dudas, pero estamos hablando de un montaje empresarial que dinamizaría el fomento económico en muchas vertientes de esta parte del país, cuyas demás particularidades se dejan a la inteligencia de los interesados en el tema.
Finalmente, Santiago no debe seguir dándose el lujo de hablar de turismo en ninguno de los sentidos expuestos, desaprovechando lo que está llamado a ser su principal atracción para el extranjero: la Fortaleza de San Luis. La única edificación de los tiempos de la colonia que posee la ciudad, pero que además es una estructura colosal, ubicada en un promontorio dentro de la misma urbe, y cuyos gruesos y empedrados muros han sido testigos mudos de una gran parte de la historia política del remoto pasado de la nación, como de la moderna.
En ella se escribieron páginas gloriosas de la colonia, de la independencia y en especial de la restauración de la soberanía nacional; pero también en ella se elaboraron capítulos tenebrosos con la tortura y muerte de muchos opositores de los gobiernos de turno hasta hace pocos años, en especial durante la tiranía trujillista. (Este autor estuvo detenido allí junto con el doctor Antonio –Negro- Veras, después de ser golpeado por protestar contra el golpe de Estado dado a Juan Bosch, en septiembre de 1963).
Sin embargo, a pesar de que el formidable fortín alberga un museo en una de sus alas, también ahí se encuentra la sede de la Autoridad Metropolitana de Transporte, lo que desvirtúa el carácter eminentemente histórico del lugar. Por lo tanto urge rescatarlo en su totalidad,  no solamente para recreación cultural del turista, sino para los propios dominicanos, en particular para los estudiantes del país que deberían ser llevados en excursiones para los fines mencionados.

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