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7 mar 2014
SONAJERO Paracaidismo social
Por : Grisbel Medina R.
Ser paracaídas de fiestas es un oficio que no envidio, pero que sí ñsin avidez de imitar- atrae mi atención. Hay que ser muy “pechú” para llegar a un sitio donde no le invitaron, beber, comer y gozarse el asunto como si fuera usted el huésped VIP.
Hay que ser muy desvergonzado para, si nadie le invitó, reclamar pase a un lugar donde no le han citado. En este camino de público diverso, he conocido paracaídas que asaltan mesas ajenas con garbo de Palacio Buckingham y gente de apellido sonoro, muy dada a sonreír y saludar a los anfitriones como si fueran compadres de antaño. Todo para colarse chin a chin a un cóctel o celebración donde su nombre no fue considerado por los convocantes. Otros paracaídas se convierten en escoltas de puertas para extender la mano cuando inicie la entrega del souvenir. Esta actitud aplica en premiere cinematográfica, donde he visto personas, hasta de la mano de sus parejas, asediando a los anfitriones para solicitar un cupón para refresco y palomitas de maíz. En esferas menos populares, el paracaidismo es igualito, solo que perfumado de Mont Blanc y gotitas de Chanel.
A nivel de gobierno, cuando se bebió poca educación de hogar, una estela de vice, sub y anti ministros se unta en los sitios, exigiendo, por demás, asientos en lugares donde no fueron convidados. Los más terribles de la comparsa paracaidista, son los orgullosos de sus “teneres” o quienes una vez ostentaron un cargo ya añejo por los años o mocato por las metidas de pata ñy de mano- de sus otrora incumbentes. De esos hay muchos regados en la viña del Señor.
Otro grupo digno de odiar son los paracaídas que llegan a la puerta de la fiesta, el recital o el almuerzo con el semblante de “aquí llegué yo”, poniendo en apuro a anfitrión y organizador. La prudencia es una virtud escasa pero muy necesaria. El respeto por sí mismos, es un valor intangible que suma en aprecio a la corta y a la larga. Sentirse bienvenida a un lugar es placentero, una caricia a la autoestima, un deleite espiritual de evocación múltiple. Contrario a cuando usted se unta, que todo el vivo secretea: “¿y a éste, quién lo patrocina?”
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