“Todo inluido” que, por supuesto, incluye la más dilatada sarta de despropósitos que hayamos encontrado en una sala de cine en años, solo comparable con otras “obras” del mismo autor.
Por : Armando Almánzar R.
Hace unos días leí un reportaje muy interesante: los suizos, que llevan décadas haciendo los mejores relojes del mundo, de buenas a primeras se vieron atacados por los orientales que se dieron a fabricar relojes de cierta calidad pero a precios mucho más reducidos que las maravillas suizas. Pues los creadores de esa nación, unidos, decidieron entonces crear una nueva marca no de tan tremenda calidad como sus famosas marcas, buenos, pero a precios que pudieran competir con los orientales. Así surgió “Swatch”, ahora famoso en el mundo entero y de gran venta.
Pero los orientales no se quedaron quietos: decidieron entonces “crear” una enorme cantidad de relojes idénticos a las grandes marcas suizas, pero con maquinarias de muy escasísima calidad: así, usted podía comprar un “Rolex” por 20 o 30 dólares.
Eso lo narramos para establecer un simple símil con el cine en nuestro país. Aquí tenemos unos cuantos directores de cine que hacen películas, no todas muy buenas, pero, de todos modos, tratando de hacer cine.
Pero, al igual que los falsificadores, que no hacen relojes de calidad, ni los mejores ni los que les siguen, una buena camada de “directores” han descubierto que es más fácil hacer mucho dinero haciendo algo que ellos llaman “cine” pero que no es más que burdo remedo.
De esa manea, cada seis o siete meses se despachan con sus “Rolex” de $30 repletos de patrocinadores y se forran llevando al cine a miles de incautos que se tratan esos disparates cual si fueran cine.
Perfecto ejemplo: “Todo inluido” que, por supuesto, incluye la más dilatada sarta de despropósitos que hayamos encontrado en una sala de cine en años, solo comparable con otras “obras” del mismo autor o con mojigangas de otros.
Queriendo hacer algo al estilo los clásicos filmes del antiquísimo “slapstick”, se embarcan en una historia hasta con “flash backs” y todo pero que, por poco que se piense, usted, amigo lector, si se le ha ocurrido la idea de zamparse el asunto, descubrirá que es un sin sentido de pies a cabeza: un nutrido grupo de actores y actrices soltando los diálogos más estúpidos que puedan imaginarse, respaldados, durante nada menos que 98 sufridos minutos, de una musiquilla que imita las de aquellas cintas citadas del cine mudo, pero durante todos esos minutos que se hacen tan largos como una visita al dentista. Ese tipo de música era común en aquellas, pero la inmensa mayoría de las películas del “slapstick” eran cortas o hechas por creadores formidables como Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd.
Si alguien se ofrece, solicito me cuenten el final porque, a los 90, más o menos, escapamos por la izquierda porque, por favor, esto de escribir es un oficio, nos debemos a los amantes del cine, pero a los del cine, no a los del chimichurri en imágenes destartalado y cansino.
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