NUEVA YORK.- Salvador Bolívar traga el humo de una larga pipa de madera. Le cuelgan dos trenzas de los hombros. En el piano hay unos tótems con las figuras de osos y en la pared se ve una rama de salvia seca. A su lado hay un pequeño tambor. Acaba de entonar cuatro canciones en taíno, una lengua caribeña olvidada, para calmar los nervios.
A Bolívar no le gusta hablar de lo que pasó sin invocar antes los espíritus de sus antepasados para que le den valor. Fue un encuentro con estos espíritus, según dice, lo que lo impulsó a romper su silencio.
Lo visitaron hace once años, en un retiro espiritual en las montañas de Colombia.
“Me partieron el corazón”, dijo Bolívar, quien lloró por varios días. “Fue el principio de un proceso de liberación”.
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