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11 sept 2024

El Gallo”: la maldición del eterno retorno




José D Laura 


El 3 de enero de 1889, Friedrich Nietzsche cruzaba por una plaza y fue testigo de un cochero que azotaba a su caballo. El filósofo, sintiendo las heridas en su alma, abrazó al caballo y perdió la cordura.

El 1 de julio de 1966, Joaquín Balaguer se juramentó como Presidente y nos hizo perder la cordura a todos, en el nombre de su caballito de madera, abandonado en Navarrete. 

Antes de volverse loco, Nietzsche formuló su teoría del Eterno Retorno, que señala Kundera “dejó perplejos a los demás filósofos”: todo ha de repetirse tal y como lo hemos vivido ya, hasta el infinito. 

Balaguer, para desgracia de sus defensores y detractores, encarna el Eterno Retorno dominicano: vivimos estancados y sin orientación frente a los avatares del destino. 

El Gallo, obra teatral escrita por Rafael Morla, dirigida por Fausto Rojas y actuada por Francis Cruz, nos enfrenta a ese reto inconcluso de superar la necesaria desaparición física de Balaguer.

Una brillante puesta en escena para un tema de salud mental colectiva que debería formar parte esencial de la agenda nacional. 

El Gallo inicia con el anciano moribundo, postrado en su cama y embardunado en sus propias heces, víctima de las incontinencias de su cuerpo cansado, pero, ¡Oh, Nietzsche!, como si fuera la reencarnación de Benjamin Button, el anciano, para consternación de todos, inicia un proceso de regresión a sus orígenes. 

En este punto, se hace necesario elogiar la extraordinaria construcción del personaje (en gestos, lentos movimientos, cambios de voz) de Francis Cruz, actor en plena madurez y ejercicio de su oficio. 

Cruz con su imponente presencia sobre el escenario, en el que se mueve como un gallo, aporta lo necesario para involucrar al público en su drama, nuestro drama. 

Sí, porque El Gallo es también el inventario de los pasajes más importantes de nuestra historia reciente, vistos a través de los ojos (y el desprecio) de un hombre que siempre estuvo en el epicentro de todo cuando ocurría en esta nación de desmemoriados.

El preciso libreto de Rafael Morla hurga en los textos poéticos de Balaguer, en sus discursos, en sus frases de candidato político, en sus salidas ingeniosas frente a los cuestionamientos de todos, para aproximarse a su psiquis, incluido su affair con su caballito de madera.

Pero tampoco la sicología no es una ciencia exacta y esas dolencias pueden resultar contagiosas. 

La dirección de Fausto Rojas integra al escenario elementos dramáticos que ayudan a la constante metamorfosis del personaje: una caja llena de misterios que puede transmutarse en podio, una cama (casi féretro), un espejo que devuelve reflejos (y, de alguna manera, nos incluye) y una pantalla de proyección que es, a partes iguales, telón de fondo, voz de la conciencia y la infausta Página en Blanco. 

Y unas canciones que nos tele-transportan de inmediato a la época del miedo en las calles y las madres aterradas.

En República Dominicana, hacer teatro equivale a practicar un deporte extremo: siempre es un salto de fe que no todos logran sobrevivir. 

El Gallo supera con creces cualquier expectativa que uno tenga de un buen montaje teatral. 

El Gallo tiene como personaje central al doctor Joaquín Balaguer y es un brillante ejercicio de autenticidad creativa puesto que no busca juzgar al personaje, un reto que se cumple cuando exorcizamos a los fantasmas y se hace teatro desde el otro lado del miedo.

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