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3 jun 2012

La cima de Fito Páez


Por Claudio Vergara/Tercera

Las historias que antecedieron a El amor después del amor (1992) no hablan de sincronías astrales ni de un terreno fértil para precipitar una obra maestra. Al contrario: son el retrato de un álbum que pudo quedar en nada, abortado por enemigos íntimos y tragedias públicas. En 1986, Fito Páez despuntaba como promesa del rock argentino tras tocar en la banda de Charly García, pero el asesinato en Rosario de sus dos abuelas, a manos de un sicópata movilizado por el robo y la envidia, lo hizo repensar su escalada como celebridad y lo llevó a un retiro desde donde emergió como cantautor violento y oscuro, vía crucis ilustrado en el disco Ciudad de pobres corazones (1987). “Era un contexto muy enrarecido para mí. Cargaba con una condena fuerte del mundo y de la vida”, reflexiona el músico.

El amor después del amor, el disco más vendido del rock argentino y que cambió
para siempre la carrera de Fito Páez, fue grabado en un estudio ínfimo, por un artista
 rechazado por los sellos y con un chileno como mentor. Veinte años después,
el rosarino celebra con una gira que parte hoy en Santiago. Aquí, hablan los
protagonistas del hito.

Dos años después, el sello EMI -donde registró su vida solista ochentera- no le renovó contrato y lo desechó bajo el argumento de que sus composiciones eran “poco comerciales”. Apelando solo a un par de contactos, fue a dar a Warner Music, donde despachó sus piezas más populares. “EMI ya no lo quería y su carrera se puso en duda, por eso que el éxito de El amor... es, de todas maneras, una revancha del destino”, resume Ulises Butrón, quien ofició como guitarrista en el álbum. Por eso, gran parte de los protagonistas de esta historia asumen que, en los años y meses previos, jamás imaginaron que el trabajo se consagraría como el disco más vendido en la historia del rock argentino -un millón 200 mil copias-, como la bisagra al olimpo del cancionero latino y como una colección de hits instalados en una generación completa, incluso 20 años después, como A rodar mi vida, Un vestido y un amor, La rueda mágica y el tema que le da nombre al trabajo.


Y casi apelando a ese origen lleno de virajes inesperados, el principal productor de la obra y el hombre que mejor conoció su cuna fue un chileno. Con una experiencia casi nula en artistas argentinos: Carlos Narea, personero discográfico radicado en España desde 1973, hijo de la fallecida Myriam von Schrebler (del dúo Sonia y Myriam) y mentor de registros de Luz Casal y Miguel Ríos. El plan de Fernando Moya, mánager de Páez en esos días, era distanciarlo del circuito argentino para darle un brochazo de renovación, por lo que pensó de inmediato en Narea, a quien había conocido durante los 80 en Madrid. El chileno sigue: “En 1991 me concretaron una reunión con Fito de media hora en un hotel de Caracas. Fue una locura de autos y guardias corriendo, casi como si se tratara de una cumbre de presidentes. Nos vimos en su pieza y sintonizamos de inmediato: me dijo que quería un disco muy lírico y que pronto me mandaría la primera maqueta”.
Una semana más tarde, el cantautor le envió una exclusiva: un demo en casete del tema Tumbas de la gloria. “Lo escuché y casi me caí de la silla”, ataja Narea. Luego sigue: “No podía creer que pudiera cantar una estrofa con tantas letras y así de complicadas. Era incomparable y eso lo hizo aún más atractivo”.
Pese al carácter auspicioso con que se iba construyendo todo, Ulises Butrón recuerda que las primeras grabaciones fueron en un estudio ínfimo, donde apenas entraban Páez y su banda, integrada también por el tecladista Fabián Tweety González. “Era un lugar llamado ‘La escuelita’, donde todo era pequeño, siempre pensando en un disco normal. El presupuesto también fue muy limitado, ni comparado con los US$ 3 millones que nos dieron para Circo Beat”, dice el guitarrista. Otro de los miembros del conjunto, el bajista Guillermo Vadalá, acota: “Después nos pasaron un estudio más grande, Ion. Pero ese mismo proceso nos fue entregando un ambiente genial, con amigos que pasaban por el estudio como si fuera el barrio”.
Esos amigos de barrio fueron Charly García, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati, Andrés Calamaro y Mercedes Sosa, entre otros: la realeza de la música argentina congregada en un solo álbum. Y aunque la inspiración central fue el quiebre sentimental del rosarino, en ese entonces de 29 años, con Fabiana Cantilo, el amor que vino después de ese amor fue la actriz Cecilia Roth, a quien conoció en 1991. Narea profundiza: “Ella fue a todas las grabaciones para estar cerca de Fito, lo que era un reflejo de un hombre feliz. Estas canciones no nacieron del desamor, sino que de un artista contento de vivir”. Páez completa: “Lo que estaba viviendo era un premio por toda la tragedia previa”.

Como Warner había invertido lo mínimo en la era bonaerense de El amor..., el resto del presupuesto lo usó para agregar nuevas instrumentaciones en los estudios Abbey Road. Ahí, Páez se acercó a uno de los pianos para ensayar un puñado de notas, pero un funcionario le dijo alto: era el instrumento con que The Beatles grabó Ob-la-di, Ob-la-da. El buen talante de su elaboración redundó en un suceso que cambió para siempre la carrera del músico y que encabezó un instante florido del rock y la sociedad argentina. Sergio Marchi, autor de biografías de Pappo y Charly García, analiza: “Fito me mataría por decir esto, pero coincidió con la bonanza económica que trajo Menem y con el relajo de nuestra ciudadanía en torno a los temas del pasado. Estábamos más contentos y esas canciones servían como soundtrack”.
En Chile, el casete vendió 26 mil copias y el CD, 17 mil ejemplares. Tras bochornosos shows donde hasta se enfrentó al público, Páez repletó tres teatros Providencia en 1993 y estableció ese romance inalterable hasta hoy, como ese amor que se mantiene después del amor.

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