Es viernes y me doy el permiso para contarte en pocas líneas cómo se manifiesta el amor en circunstancias desiguales. Uno es el de “esteroides”, el fornido visitante del gimnasio, de piel tatuada y que a todos nos vocea lo mismo “Esteroides, esteroides”. Es un joven al que, si le miras con prejuicio, ves en él un “loco viejo”, y te pierdes de saber que él cuida una tía enferma de cáncer con la ternura de un bebé. La alimenta y sufre junto a ella las horas amargas de la quimio. Solo cuando la deja profundamente dormida, se escapa un ratito a las pesas para sudar unos músculos tentadores.
Por diez pesos, al despuntar el alba, el “Flaco” me vende un sorbo de café diariamente. Aunque la vida se le escurre del otro lado del mostrador, el corazón del Flaco late por una muchacha que fue su novia y a quien volvió a encontrar luego de una batalla perdida. La vida le regresó a la ex contagiada de VIH. Y como el amor pudo más, la llevó a consulta para aprender a conducirse y retomar la relación. El día en que la tomó de la mano y fijaron vida común, comprobé que el temple del Flaco es más trascendente que el cursi “¿te quieres casar conmigo?” para que el pueblo se encele al colgarlo en Instagram o Facebook. Esos amores anónimos me han erizado tanto el alma como la piel. Ya lo reza el poema Desiderata: “Sé cauto en tus negocios, porque el mundo está lleno de engaños...
... mas no dejes que esto te vuelva ciego para la virtud que existe”. Y agrego, para el amor que existe.
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